jueves, 15 de octubre de 2009

Se nos escapó la tortuga

El Gordo y Cani no se animaban a salir del vestuario del club. Afuera los esperaban los insultos y las recriminaciones: habían perdido tres a cero el clásico con Atlético Cipolleti. El descenso era casi un hecho. Matías, el cinco del equipo, estaba subido a un inodoro y vigilaba por el ventiluz. Cuando vio que la hinchada había partido, bajó a avisarles a sus compañeros:
—ya está, muchachos. Gordo, no llores esto no fue culpa nuestra.
El Gordo tenía los ojos hinchados, cada tanto se limpiaba la cara con su buzo de arquero embarrado y miraba con desprecio a Cani que se peinaba una y otra vez frente al espejo.
— ¿Y de quién es la culpa? ¿Mía por ser un colador? ¿De Cani por sacar un espejito del bolsillo cuando estaba en la barrera?
Cani lo miró con bronca. Matías intervino:
—Chicos: se nos escapó la tortuga. Esa es la verdad.
— ¿Cómo que se escapó la tortuga? —Dijeron, casi a coro, los otros dos— No puede ser, nos vamos al descenso.
Matías no podía disimular la cara de desesperación:
—Miren lo que dejó en el buffet—dijo—y sacó del bolsillo un papelito que decía: “Son unos amargos. Me voy. La tortuga”
—Qué cruel que es, amargo yo ¿Lo dice por mi diabetes, no? —dijo el Gordo que de a poco empalidecía y les hacía señas a sus compañeros para que le inyectaran la insulina que tenía en el bolso. Cuando el Gordo se recuperó, los tres salieron del vestuario y se sentaron en el cantero frente a la pileta. Se quedaron en silencio. Afuera todavía se escuchaban los festejos del Atlético Cipolleti, y desde la pileta uno de los chicos de la colonia les gritó
—Muertos, no sirven ni para metegol.
Cani les respondió con un piedrazo, que por supuesto erró, pero la coordinadora de la colonia, y dueña del mejor cuerpo del club lo había visto. Cuando Cani la vio acercarse, con voz seductora le preguntó:
—¿Quedo muy desubicado si te pido tu teléfono?
Ella lo agarró del pelo y le respondió:
—No subestimes a estos chicos, que hasta Pablito con su pierna enyesada te puede sacar el puesto en cualquier momento.
Cani tragó saliva, su cara se deformó:
—Me tiró del pelo, la hija de puta, me tiró del pelo—fue lo único que atinó a decir.
Matías, el más entero de los tres, invitó a los otros dos a tomar algo fuerte al buffete. Don Fermín no quiso fiarles, así que se pidieron un agua tónica para compartir. Por suerte el lugar estaba vacío, Cani, un poco más aliviado, dijo:
—No puedo creer que esto de la Tortuga. Quizás se fue a dar una vuelta para calmarse después de la derrota.
—No creo— Dijo Matías—me comentaron que se llevó toda la plata del buffete. Para mi que se mandó a Pehuajó, viste que siempre quiso conocer.
El Gordo no hablaba. Cuando vieron que era la hora de la merienda de la colonia se fueron del bufette por la puerta trasera, aunque costó convencer a Don Fermín de que los dejara salir por ahí.
—Vamos a revisar la caja de la Tortuga—dijo el Gordo decidido— Quizás allí podamos encontrar alguna pista de donde puede estar.
Cani y Matías estuvieron de acuerdo, antes se prometieron no decir nada al resto del equipo que ya bastante desmoralizado estaba.
El Gordo fue el primero en entrar al galpón del fondo del club, con una patada dio vuelta la caja de la tortuga, cayeron: una boleta de Prode del 72 (Cuando el equipo había ascendido a Primera B), una foto de Sandro con la que dormía los meses de frío y la postal de Ibiza con la que soñaba en verano.
—Ven lo que les digo, esta no es una Tortuga, es una perra. Nos abandonó, se fue a Ibiza a vivir “la vida loca” como decía ella.
Matías negó con la cabeza y abrazó al Gordo, Cani se les unió y recordaron juntos aquella hazaña de la tortuga el último 25 de Mayo, cuando en la maratón conmemorativa venció a la liebre de Sportivo Mar Chiquita.
—Si, muy lindo—Dijo Cani — y se agarraba la cintura tratando de imitar la pose de Sandro en la foto —pero recuerden también los resultados del doping.
—Que iba a saber la pobre que la lechuga mantecosa tenía sustancias que mejoran el rendimiento físico—Dijo Matías —Muchachos, no peleemos entre nosotros. Si la tortuga se nos escapó, pensemos en el próximo partido. Es cierto que en lo que va del campeonato nuestra valla adversaria sigue invicta, pero hay que dejar todo en la cancha.
El Gordo, fue hasta la caja, la pateó y se asomó por una de las ventanas del galpón.
— ¿Ven el campito de allá? ¿Las canchitas de handball abandonadas? están llenas de huevos de tortuga. Son sus hijos y esos huérfanos van a nacer y se van a ir en busca de su destino y a nosotros se seguirán escapando las tortugas y nos vamos a ir al descenso ¿Pueden entenderme?
Matías ya no pudo conservar la calma y agarró al Gordo por el cuello:
—Ella no nos va a abandonar—gritó.
Cani intentó separarlos pero no hizo demasiado, parecía no querer despeinarse. Unos gritos que se oyeron desde afuera los hicieron reaccionar:
—Ya se enteraron—dijo Matías y sacaba medio cuerpo por la ventana del galpón para ver el espectáculo: el resto del equipo, cada uno con una hoja de lechuga en mano, llamaba a la tortuga.
—Vamos amigos, enfrentemos la realidad—dijo Cani—estos pobres no deben saber que dejó una nota, voy a hablar yo, vos Gordo, tratá de no escuchar, por tu azúcar.
Estaban por dar la noticia cuando vieron que a unos metros se acercaba un hombre de traje negro y anteojos oscuros.
—¿Será un policía?—dijo Matías—el tipo no tiene buena cara.
—Para mi que es el de “Fideos Carlotta” que nos va a sacar el auspicio—dijo Cani.
—Ya no doy para disgustos—se lamentó el Gordo—no se si voy a tolerar volver a tener el nombre de la funeraria en la camiseta ¿Se acuerdan?
Los muchachos esperaban a que el hombre misterioso se acercara un poco más cuando sonó el celular de Matías. Lo atendió, escuchó por unos segundos y dijo:
—Está bien. Te avisamos—y cortó
—¿Quién era? ¿El de “Fideos Carlotta”?—preguntó el Gordo.
—Cani, andá a buscar al tesorero—dijo Matías— necesitamos plata, sino vamos a perder a la tortuga.
—No me digas que el de “Fideos Carlotta” secuestró a la tortuga—dijo Cani
—¿O fue el de “Sepelios Rocamora”?—dijo el Gordo, que otra vez empalidecía.
—No, no—respondió Cani entre molesto y preocupado— La que llamó fue la Tortuga, el que viene ahí es su nuevo representante. Pide aumento y participación en las ganancias de las entradas y el buffete.
El tesorero se acercó rápido con una caja de metal oxidado bajo el brazo. El Gordo improvisó una colecta entre los presentes. Don Fermín, mandó a decir que donaba una pata de jamón para rifar. Hasta los chicos de la colonia se aproximaron al lugar y dejaron algunas monedas.
No se les podía volver a escapar la tortuga.

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