lunes, 2 de abril de 2012

Que la guerra no me sea indiferente

La vigilia comenzó temprano, cerca de las 21 en la Plaza de las Fuerzas Armadas de Junín, llego con Julio y Franco, ya hay música. Enseguida lo vemos a Carlos Garrido, un Veterano del Regimiento de Patricios que eligió Junín para vivir y para ampliar su lucha por el reconocimiento y por la memoria. Nos saluda y dice “Gracias” siempre agradece Garrido; y a mí me sale enseguida el “No. Gracias a vos”, ese gracias que significa “Perdón, perdón, perdón. Qué pelotudos fuimos”. Pero él agradece y me hace sentir parte de la lucha, y eso me carga de pilas. Nos invita a escuchar a la banda “M-82”, a puro metal. Franco está como loco revoleando la cabeza “Trajimos bandas porque queremos atraer a los jóvenes”, me dice Carlos mientras intenta con otros compañeros encender las antorchas para una noche especial. “Nos llamamos M-82”, por La Guerra de Malvinas, en memoria de los pibes que se no volvieron, de los que allí lucharon” dice el cantante al cerrar su presentación. Aplauso cerrado. Detrás del escenario hay atriles con fotos actuales de los pibes. Antes de que arranque la segunda banda voy a mirarlas, son fotos muy lindas: fotos que denotan lucha, tristeza pero también orgullo. A casi todos les conozco la voz, porque tuve el honor – y como le dije ayer a uno de ellos- “el mejor trabajo de mi vida”, de desgrabar y editar entrevistas en donde contaron todo. Porque quieren hablar. Basta de silencio: el horror puede hacerse palabra; palabra para saber, palabra para no repetir. Contaron lo inusitado de la guerra, el entusiasmo inicial en los barcos, la noción primera de oscuridad total a las cinco de la tarde: Habían llegado a las Islas. Contaron el frío y el hambre. Como una casa describieron sus pozos y las ratas que buscaban refugio en los bolsillos de las camperas. Contaron esa noche donde dejaron definitivamente de ser pibes cuando la muerte les respiró en la espalda: las bombas del 1 de mayo, que parecía que caían acá al lado, pero no: explotaban a muchos kilómetros y varios segundos antes de que se oyera el estruendo. La guerra ya los había marcado, la cabeza de los soldados era una calesita de contradicciones, y tomó velocidad cuando los ingleses los miraban sorprendidos ante su edad y poca experiencia y, como prisioneros, los trataron mejor que sus propios superiores. Y a pesar de todo lo vivido, que con toda impunidad resumo en tan pocas líneas, el frío realmente paralizante vino con la vuelta: de noche, en silencio y con la desesperación de poder llamar a sus familias. Estoy vivo, mamá. Volví, papá. Recuerdo hoy, y lo hice por muchos días, la carta de una madre su hijo soldado “Yo quiero a mi patria, entiendo que hay que luchar, que tiene que ir gente: pero no mi hijo; que me perdonen”. Luego todo se heló y oscureció, como otro anochecer en Malvinas. Pero fue una noche aún más larga. A treinta años estamos en la Vigilia, toca la segunda banda, tiene un nombre larguísimo que no recuerdo pero me reí al escucharlo. Los ex combatientes están vestidos iguales con remeras azules y gorros con un bordado de las islas. Hay sonrisas, la gente los saluda y creo que aunque sean las diez y pico de la noche puede que empiece a amanecer. Me encuentro con Paola, mi cuñada, que fue una de las que realizó las entrevistas. Me quiere presentar a todos “Ella es la que desgrabó las entrevistas de todos ustedes”. ¡Pobre! Dicen algunos. Me gusta conocerlos, a ellos y a sus familias, y decirles que estoy tan lejos de sentirme “pobre”. Tomy Zsumilo y la UNNOBA Big Band, aununcia un locutor con voz de “Sucesos Argentinos. Tomy es otro veterano al que conocía por voz, ahora veo sus dados rápidos al ritmo de “Ji, ji, ji” mientras le digo a Franco que este es el tema pogo más grande del mundo. El aplauso es cada vez más fuerte, sobre todo cuando más tarde muestran videos con fotos del 82. Puta, que chiquitos; pienso. No me importa llorar aunque tenga a un veterano al lado que se mantiene fuerte. Se ven chicos y esbozan sonrisas, se cargan y señalan entre ellos a medida que aparecen las fotos. Pero puta que eran chiquitos. Se acercan las 12 y nos acomodamos, como en un patio de escuela, alrededor de la Bandera. Llega la banda Curupaití. Canto el Himno muy fuerte. No se escucha otra cosa, a pesar de estar entre avenidas llenas de motitos. Somos todos una isla izando la bandera. Más tarde, la banda se va tocando. Mañana salgo temprano a Buenos Aires. Me acerco a Garrido y me sale un abrazo. Otra vez me dice “Gracias”. No, gracias a vos.

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