jueves, 3 de mayo de 2012

Genes

Mi hijo me dice que en la prueba de matemática se sacó un bien menos.
"No me puse mucho las pilas".
Le explicó que va a tener que practicar más.
Luego me dice que en la de lengua se sacó Muy Bien Más.
que lo felicitaron por su lectura
y que escribió un cuento con aljibes voladores.
llegamos a casa y busca en internet la página de PAKA PAKA
quiere ver videos de Zamba, el niño que viaja en el tiempo
"Necesito encontrar el capítulo del Combate de San Lorenzo"
Es "fan" de San Martín, hasta le compuso un tema.

No puedo seguir hablando del bien menos, me olvido, se disuelve
es culpa de la génetica.
Somos tan parecidos que me veo compartiendo la calculadora con él por siempre.

lunes, 2 de abril de 2012

Que la guerra no me sea indiferente

La vigilia comenzó temprano, cerca de las 21 en la Plaza de las Fuerzas Armadas de Junín, llego con Julio y Franco, ya hay música. Enseguida lo vemos a Carlos Garrido, un Veterano del Regimiento de Patricios que eligió Junín para vivir y para ampliar su lucha por el reconocimiento y por la memoria. Nos saluda y dice “Gracias” siempre agradece Garrido; y a mí me sale enseguida el “No. Gracias a vos”, ese gracias que significa “Perdón, perdón, perdón. Qué pelotudos fuimos”. Pero él agradece y me hace sentir parte de la lucha, y eso me carga de pilas. Nos invita a escuchar a la banda “M-82”, a puro metal. Franco está como loco revoleando la cabeza “Trajimos bandas porque queremos atraer a los jóvenes”, me dice Carlos mientras intenta con otros compañeros encender las antorchas para una noche especial. “Nos llamamos M-82”, por La Guerra de Malvinas, en memoria de los pibes que se no volvieron, de los que allí lucharon” dice el cantante al cerrar su presentación. Aplauso cerrado. Detrás del escenario hay atriles con fotos actuales de los pibes. Antes de que arranque la segunda banda voy a mirarlas, son fotos muy lindas: fotos que denotan lucha, tristeza pero también orgullo. A casi todos les conozco la voz, porque tuve el honor – y como le dije ayer a uno de ellos- “el mejor trabajo de mi vida”, de desgrabar y editar entrevistas en donde contaron todo. Porque quieren hablar. Basta de silencio: el horror puede hacerse palabra; palabra para saber, palabra para no repetir. Contaron lo inusitado de la guerra, el entusiasmo inicial en los barcos, la noción primera de oscuridad total a las cinco de la tarde: Habían llegado a las Islas. Contaron el frío y el hambre. Como una casa describieron sus pozos y las ratas que buscaban refugio en los bolsillos de las camperas. Contaron esa noche donde dejaron definitivamente de ser pibes cuando la muerte les respiró en la espalda: las bombas del 1 de mayo, que parecía que caían acá al lado, pero no: explotaban a muchos kilómetros y varios segundos antes de que se oyera el estruendo. La guerra ya los había marcado, la cabeza de los soldados era una calesita de contradicciones, y tomó velocidad cuando los ingleses los miraban sorprendidos ante su edad y poca experiencia y, como prisioneros, los trataron mejor que sus propios superiores. Y a pesar de todo lo vivido, que con toda impunidad resumo en tan pocas líneas, el frío realmente paralizante vino con la vuelta: de noche, en silencio y con la desesperación de poder llamar a sus familias. Estoy vivo, mamá. Volví, papá. Recuerdo hoy, y lo hice por muchos días, la carta de una madre su hijo soldado “Yo quiero a mi patria, entiendo que hay que luchar, que tiene que ir gente: pero no mi hijo; que me perdonen”. Luego todo se heló y oscureció, como otro anochecer en Malvinas. Pero fue una noche aún más larga. A treinta años estamos en la Vigilia, toca la segunda banda, tiene un nombre larguísimo que no recuerdo pero me reí al escucharlo. Los ex combatientes están vestidos iguales con remeras azules y gorros con un bordado de las islas. Hay sonrisas, la gente los saluda y creo que aunque sean las diez y pico de la noche puede que empiece a amanecer. Me encuentro con Paola, mi cuñada, que fue una de las que realizó las entrevistas. Me quiere presentar a todos “Ella es la que desgrabó las entrevistas de todos ustedes”. ¡Pobre! Dicen algunos. Me gusta conocerlos, a ellos y a sus familias, y decirles que estoy tan lejos de sentirme “pobre”. Tomy Zsumilo y la UNNOBA Big Band, aununcia un locutor con voz de “Sucesos Argentinos. Tomy es otro veterano al que conocía por voz, ahora veo sus dados rápidos al ritmo de “Ji, ji, ji” mientras le digo a Franco que este es el tema pogo más grande del mundo. El aplauso es cada vez más fuerte, sobre todo cuando más tarde muestran videos con fotos del 82. Puta, que chiquitos; pienso. No me importa llorar aunque tenga a un veterano al lado que se mantiene fuerte. Se ven chicos y esbozan sonrisas, se cargan y señalan entre ellos a medida que aparecen las fotos. Pero puta que eran chiquitos. Se acercan las 12 y nos acomodamos, como en un patio de escuela, alrededor de la Bandera. Llega la banda Curupaití. Canto el Himno muy fuerte. No se escucha otra cosa, a pesar de estar entre avenidas llenas de motitos. Somos todos una isla izando la bandera. Más tarde, la banda se va tocando. Mañana salgo temprano a Buenos Aires. Me acerco a Garrido y me sale un abrazo. Otra vez me dice “Gracias”. No, gracias a vos.

lunes, 30 de enero de 2012

Cosas que te pasan cuando dormís y se te da por soñar

Soñé que estaba internada en un neuropsiquiátrico. No tenía pinta de hospital, era más bien una casona devenida en clínica.
Allí pasaba los días hábiles y los fines de semana podía volver a casa, siempre con un familiar.
Los sábados iba con mi abuela a Coto y me compraba de todo para llevarme; en esta oportunidad me regalaban lápices, marcadores y hojas. Pude entrar todo, pensé que no iba a ser así ya que uno de los internos se había clavado un lápiz en el cuello.
Entre mis compañeros, estaba Marce, compañera mía del taller con Juandé Incardona. Se había internado sola; sus padres estaban en Europa y no habían venido a verla todavía. En su cómoda tenía fotos de su familia.
Recuerdo que hubo un baile,y en un momento le decía a un grupo "Ojo con este lugar... siempre hay un loco dando vueltas".

lunes, 23 de enero de 2012

Cosas mías

En el capítulo de hoy: ODIO QUE SE OLVIDEN DE MI CUMPLEAÑOS.
No, ahora no; ya fue. Te olvidaste.

lunes, 16 de enero de 2012

Old

¿Qué es más síntoma de viejazo en verano?
¿Comprarme un vestidito en playa solo apto para quinceañeras con la mitad de mi masa corporal?
¿Querer dar una vuelta en banana?
¿Que refloten las ganas de hacerme un tatuaje?
Conformarme con una trencita ¿tal vez?
¿Pensar que voy escribir sin parar todo el año?

domingo, 15 de enero de 2012

Y como una dama mendocina,
me dispongo a bordar una nueva bandera
mi bandera. Mía.

domingo, 8 de enero de 2012

Saltar olas con él...


se lo extraña.

sábado, 7 de enero de 2012

Hay que escribir

Hay que escribir, cualquier cosa pero escribir. Lo primero que pase por la mente.
Hace poco vi un programa en Encuentro sobre el Cangrejo Fantasma, unos bichos divinos estéticamente. Llegan a la playa y hacen un pozo. Con la arena que sacan construyen una montaña que servirá para atraer a las hembras. Acá también gana el que la tiene más grande, dije, y es así. La cosa no es fácil, porque las olas tapan algunos pozos y los cangrejos salen a usurpar refugios de otros; se torean un rato (porque se torean sin trapo rojo) hasta que uno se retira.
Arriban las hembras, miran las montañas y se deciden. El macho sale a seducirlas; se observan un rato parece que se dijeran cosas como "¿siempre venís acá?", hasta que se mandan al pozo...
Cuando veo cosas como estas creo que alguna vez se hará un documental sobre las costumbres humanas. Que nos muestren así, como cangrejos migrando en masa a la Costa Atlántica cada verano.

miércoles, 4 de enero de 2012

Evita Montonera

Anoche soñé con mi amiga Eva. No la veía, nos mandábamos mensajes a través de un sistema rústico pero a la vez, innovador: ambas teníamos enfrente un papel grueso amarronado y con sombras en los extremos, como el del diario de Tom Riddle en Harry Potter. Yo escribía “Eva ¿cómo estás?” en alguna parte de la hoja, al azar y ella me respondía. Así la charla se extendía desordenada, ya que los recovecos para escribir se terminaban. Me gustaba eso de saber que estábamos frente al mismo papel, de conocernos la letra. No recuerdo la conversación, pero era algo gracioso, porque yo me reía y escribía “montonera, Eva ¡renuncie!”

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